La Fortaleza de la Soledad. Círculo C. P. Soto del Real 18/10/22


La Fortaleza de la Soledad

Aunque con diferente significado en según las interpretaciones que se le han ido dando a lo largo del tiempo y de los diferentes autores que han ido escribiendo sus cómics, la Fortaleza de la Soledad de Superman es, además de como un lugar que le sirve como base secreta que-todo-superhéroe-parece-necesitar, como el espacio de retiro, calma y sosiego que a veces, incluso el hombre más poderoso del planeta puede llegar a necesitar.

De ubicación secreta y prácticamente inexpugnable (solo a Superman se le ocurre poner una cerradura con una llave que solo podrían levantar un centenar de hombres), la Fortaleza de la Soledad es el refugio donde el protagonista pasa momentos a solas en momentos de crisis, se nutre de los recuerdos y aprendizajes que su familia le ha ido transmitiendo desde la desaparición de su planeta/hogar, y en definitiva, es el lugar al que se escapa cuando quiere alejarse de todo el ruido que le produce la vida en La Tierra.

Pocas son las personas a las que ha dejado entrar dentro de su fortaleza.

Por ejemplo, su mujer, en muy contadas ocasiones.

Pocas son las personas con las que ha conseguido compartir hasta qué punto la soledad de su condición no humana, y la responsabilidad de no poder desprenderse de ella en ningún momento del día (la vida de infinidad de personas depende de él), es algo que le oprime hasta extremos insoportables.

Por ejemplo, con alguno de sus amigos más cercanos en también, muy contadas ocasiones.

El otro día decidimos empezar el círculo con un tema unido por dos palabras.

SOLEDAD y AISLAMIENTO.

Ambas palabras escritas en la pizarra que nos contempla de fondo en el aula donde realizamos los círculos, que hasta el día de hoy no habíamos tenido la oportunidad de haber utilizado.

Y la verdad es que fue una buena idea y forma de empezar el círculo.

Escribiendo en la pizarra aquellas palabras o frases cortas que nos sugerían aquellas dos palabras inicialmente escritas.

Una buena forma de empezar la sesión porque después de que todos los participantes al círculo escribieran una o varias veces sobre la pizarra, ya teníamos un abanico de posibilidades sobre las que ir tratando y desarrollando el tema a lo largo del círculo.

Esas ramificaciones, sobre el tema inicialmente elegido, se suelen ir produciendo de manera progresiva pero también más lenta, a medida que los integrantes van hablando, participando y compartiendo dentro del círculo.

De esta otra manera, y teniendo ese esquema previo escrito y detallado, tan rico en matices, nos permite mucho más margen de maniobra para facilitar la sesión, sobre todo, para esos momentos de silencio en los que a veces el círculo parece no encontrar el camino por dónde seguir.

Pero volvamos al tema que nos ocupa…

No queríamos hablar de la soledad desde la elección voluntaria de querer estar solos en un momento determinado.

No es esa soledad de la que (hoy) nos interesaba hablar.

Queríamos hablar de esa otra soledad de la que sin duda nos cuesta más hablar.

Queríamos hablar de lo que implica sentirse solo (por muy acompañado que estés) en un escenario tan complejo y excepcional como es un centro penitenciario, donde la traducción más literal de lo que supone la falta de libertad nos la compartió uno de los asistentes al círculo.

En la cárcel tu no eliges cuando estar solo.

Porque todo está dirigido y conformado, añado yo, en cuanto a horarios, lugares donde estar en cada momento, permanentemente vigilados y controlados, etc.

En un intento por buscar la respuesta fácil, los hombres hemos asociado la soledad en muchas ocasiones a la falta de habilidades sociales de una persona.

Es decir, si eres extrovertido, nunca te va a faltar compañía; y si eres introvertido con frecuencia te vas a ver solo.

Y caemos otra vez en la trampa de que no es aquella soledad de la que hablamos, y además, transmitimos el mensaje de que estar solo (que no es lo mismo que sentirse solo) es una cuestión de elección personal que se puede vencer o superar con solo querer, y no es verdad.

Seguro que conocemos a nuestro alrededor, multitud de personas que viven en soledad, que están prácticamente aisladas de todo el mundo y que no tienen posibilidad por sí mismas, de superar la soledad en la que viven envueltas.

Por ejemplo, cuando eres extranjero, te encuentras en un centro penitenciario español cumpliendo condena o esperando a que te la confirmen, y no puedes disfrutar de la visita de ningún familiar, de ninguna amistad, de ninguna pareja, en definitiva, de ningún tipo de compañía porque no conoces a nadie al otro lado del muro.

Hubo dos palabras que nos llamaron la atención viéndolas escritas en la pizarra referidas a la soledad y al aislamiento.

“Amor” y “bueno”.

Quizá porque fueron las dos únicas palabras que trataron de transmitir un mensaje positivo de lo que significaba / implicaba / suponía para cada uno de nosotros la soledad.

Lo demás fueron palabras como tristeza, control, poder, rutina, zona de seguridad, desconexión mental, estrés, mi mundo, que a medida que las íbamos leyendo y digiriendo nos iban transmitiendo una sensación de pesadez difícilmente soportable.

Es curioso como una dinámica tan aparentemente sencilla y breve puede provocarnos según qué efectos a cada uno de nosotros. Y no solo eso, sino conseguir que ese efecto se replique, se reproduzca dentro del seno del grupo.

Y se contagie.

Siendo conscientes de esta sensación / emoción que sentimos de manera colectiva, que no es buena ni mala, es la que resultó ser después de compartir nuestro propio sentir con el resto del grupo, seguimos dándole vueltas al tema de la soledad y el aislamiento.

Reclamamos la soledad como ese refugio donde nos sentimos invulnerables y ajenos al ruido externo que tanto daño nos hace a veces (y que no nos quitamos de encima tan fácilmente), pero a la vez somos conscientes de que esa soledad mal administrada nos puede llevar a un estado de tristeza difícil de superar.

Extraña paradoja o contradicción, ¿no crees?

La soledad es la relación personal que mantenemos con nosotros mismos.

Y de la misma forma que para mantener una relación satisfactoria con otra persona, necesitamos quererla, para llevarnos bien con nosotros mismos, necesitamos también querernos.

Y ahí surge otra pregunta de la que no sé si tenemos una respuesta fácil, a juzgar por lo que costó responderla en el círculo.

¿Cuánto nos queremos a nosotros mismos?

(si te parece difícil responder de forma concreta a esta pregunta, intenta ponerla en valor eligiendo un número entre el 0 y el 10, verás como la respuesta que primero te surja, te da una idea aproximada del “cariño” que nos profesamos y con el que nos tratamos)

¿Y qué tiene que ver eso con la soledad? Mucho. Más de lo que te crees.

Sobre todo con la forma en que tú te relacionas contigo mismo en momentos de soledad, y con los recursos de los que dispones para salir de ella, cuando dura demasiado.

La soledad requiere un equilibrio muy delicado del que a veces no somos conscientes.

Cuando la gran mayoría de tu tiempo lo pasas en compañía de otras personas, la soledad, por muy pequeña que sea en el tiempo, se te puede hacer insoportable.

Cuando la gran mayoría de tu tiempo lo pasas en soledad, salir a socializar con los demás, puede convertirse en una de tus mayores pesadillas.

En ambos casos, el aislamiento puede convertirse en una cárcel más.

Porque sabemos que a los hombres nos han enseñado a que cualquier problema que se nos presente, seremos capaces de solucionarlo por nosotros mismos.

Porque nos han enseñado a no pedir ayuda, como si eso fuera sinónimo de debilidad y no de fortaleza.

Porque el pedir ayuda implica una cierta dependencia hacia los demás, y eso nos sigue dando miedo porque es contrario a lo que nos han enseñado.

En un mundo donde nos han enseñado a conseguir las cosas a golpes desde bien pequeños, ¿cómo aprendemos y quién nos va a enseñar a estas alturas de la vida a confiar en los demás para pedirles ayuda sin que se aprovechen de nuestras debilidades?

La soledad es el refugio donde creemos que nuestra mal entendida fortaleza está a salvo.

Pero ¿a salvo de quién?

¿De quién seguimos teniendo miedo, o de quién nos seguimos teniendo que defender antes incluso de que nos pase nada?

Simbólicamente, seguimos durmiendo con un ojo abierto y con otro cerrado, como ese lobo, jefe de la manada, adulto y ya casi viejo, que no se fía de que uno de los cachorros más jóvenes y fuertes de la manada, aproveche ese momento de debilidad nocturna, para tirársele al cuello y arrebatarle esa posición de poder que tanto le ha costado conseguir (y mantener).

Y así es difícil vivir en paz y armonía con uno mismo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *