Nuestras violencias contra las mujeres. Círculo C. P. Soto del Real 29/11/22


Nuestras violencias contra las mujeres

El primer objetivo de un círculo de hombres es conseguir que los hombres vayan al círculo.

El segundo objetivo de un círculo de hombres es sensiblemente un poquito más difícil. Y es que los hombres vuelvan. Que repitan.

El tercer objetivo, para el que hace falta más tiempo, dedicación y esfuerzo, es que el grupo alcance una cierta madurez y cohesión.

Entendiendo la madurez del grupo como el tiempo necesario para que nos vayamos conociendo y aceptando nuestros diferentes ritmos e interacciones dentro del grupo, para que seamos capaces de construir y alimentar un espacio que permita sacar temas como el que hoy hemos tratado en la sesión, en un entorno de seguridad, confianza y respeto mutuo, en el que no caigamos en la tentación de juzgar y sí en la responsabilidad de reflexionar al respecto.

Hoy quisimos por la cercanía del 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres) traer el tema de las violencias machistas.

Pero no queríamos hablar de este tema desde un enfoque demasiado global y generalista. Hablar de la violencia contra las mujeres, así en general, nos puede situar en una posición que no reconozcamos, y hasta cierto punto lejana, así que, quisimos bajar el tema al suelo. A lo cotidiano. A situaciones y comportamientos de nuestro día a día que fueran más reconocibles para cualquiera de nosotros.

Quisimos poner el punto en las mujeres con las que tenemos un vínculo mucho más cercano. Nuestras parejas, nuestras exparejas, nuestras amigas, o cualquier otra mujer con la que tengamos o hayamos tenido un vínculo cercano (también familiar).

Y ahí, en ese territorio necesariamente cercano, quisimos analizar la forma en que nos relacionamos con las mujeres.

Es muy probable que si hubiéramos elegido este tema para la primera de nuestras sesiones, probablemente hubiera sido un desastre y el círculo habría explotado por los aires, porque es un tema que nos revuelve, nos remueve y del que sentimos que no es fácil escaparse.

Porque a los hombres nos cuesta mirarnos en el espejo. Entendiendo la metáfora de mirarnos al espejo como esa reflexión de determinados comportamientos o situaciones que nos han pasado a lo largo de nuestras vidas y que sabemos que no nos han hecho bien. Y que necesitamos revisar para resolver en nuestra vida adulta.

Esa mirada o imagen personal que nos devuelve el espejo, si es la de nosotros mismos, esa, hasta cierto punto la podemos soportar.

El problema es cuando el foco lo ponemos fuera de nosotros. Y lo que analizamos nos incumbe a nosotros en relación con otra persona. En este caso, con una mujer.

Ahí, el sentimiento de incomodidad es sensiblemente distinto.

Y para muestra, un botón. Y es que, en más de una ocasión se notaba una cierta tensión en el ambiente dentro de la sesión de hoy que, por supuesto, es algo que también hay que aprender a gestionar desde la facilitación del propio grupo.

La dificultad de sacar un tema como este y sobre todo la de finiquitar el círculo sin llevarnos la sensación de que la gravedad del tema nos apesadumbra y nos inmoviliza. No es eso lo que queremos conseguir. Buscamos el movimiento y la responsabilidad, no solo el cuestionamiento y señalamiento. Pensamos no solo en lo que pasa en el círculo sino en el cómo nos vamos del círculo y qué nos llevamos.

Por suerte, la madurez y la cohesión del grupo de la que hablábamos antes permitió dos cosas.

Una, profundizar en el tema de una forma como seguramente antes de empezar la sesión no nos hubiéramos imaginado. Y dos, no menos importante, conseguir finalizar la sesión de manera equilibrada y sosegada siendo conscientes de lo difícil que parecía en algunos momentos. Teníamos la posibilidad de irnos del círculo simplemente con la única sensación de cabreo y enfado que muchos hombres experimentamos cuando nos sentimos señalados, o podíamos irnos del círculo con la sensación de que el tema no es solo muy grave (la realidad es incuestionable), sino que encima nos toca mucho más de cerca de lo que queremos creer.

Porque es evidente que tenemos dentro nuestro un conflicto sin resolver.

Y cuando digo conflicto, no me refiero a la confrontación entre dos posturas enfrentadas peleando por ver quién lleva razón y se sale con la suya.

No.

Me refiero a la certeza de que durante mucho tiempo las cosas se han resuelto de una manera en la que el papel de los hombres era el único que se tenía en cuenta (llámalo privilegio) y el de las mujeres no contaba desde luego, en la misma consideración que la nuestra.

Y esa desigualdad manifiesta, se traducía en numerosos espacios, en violencia. Violencia no solo entendida como agresión (física o no física), sino como la forma de imponer nuestro criterio, voluntad o deseo en una situación determinada.

Seguro que con el siguiente ejemplo se entiende mucho mejor.

Sorprende (o no) que poniendo el tema sobre la mesa de las violencias contra la mujer (sin especificar ningún tipo en concreto), nos pasásemos más de medio círculo hablando de las violencias sexuales.

Algo tenemos sin resolver los hombres cuando juntamos los dos temas que menos solemos tratar de forma voluntaria en los círculos: nuestra relación con las mujeres y la sexualidad.

Con diferencia, la cama, es el lugar donde hemos puesto sin querer el foco del análisis de esta sesión, y es el lugar donde sin duda, más ejemplos nuestros han salido a la palestra. Y donde más violencia (reconocida) hemos ejercido.

Hace ya varias décadas que la mujer se ha ido incorporando progresivamente al mercado laboral, en busca (entre otras muchas cosas) de su propia realización personal/profesional y su independencia económica.

Si el hombre hubiera estado a la altura de los acontecimientos, lo menos que hubiéramos esperado de nosotros (sin necesidad de que nos lo dijeran) es que hubiéramos compartido la responsabilidad de los cuidados y la logística del hogar, para que precisamente, la mujer no tuviera que desempeñar esa continua, interminable y agotadora doble jornada.

Pero sabemos, que salvo escasísimas excepciones eso no se ha producido, y es ahora, que las mujeres se han plantado, cuando a los hombres nos toca aceptar a regañadientes nuestro papel y responsabilidad en el ámbito privado y doméstico (del que por cierto nos queda todavía mucho por hacer y avanzar).

Pues en la sexualidad y en las relaciones sexoafectivas, está pasando algo parecido.

Las mujeres se están incorporando a un ámbito en el que su voz y su deseo nunca se ha tenido en cuenta.

En donde a los hombres se nos ha enseñado cuál era nuestro papel activo en esto de las “conquistas amorosas” (dando el primer paso en el acercamiento a ellas, mostrándonos siempre activos sexualmente, llevando la iniciativa en la cama, etc.), y en donde a las mujeres se las ha reservado históricamente el papel pasivo y complaciente en su relación sexual con los hombres.

Y es en este análisis concienzudo de cómo los hombres nos hemos comportado en la cama con las mujeres donde surgen un montón de situaciones que hoy empezamos a cuestionar y más cuando hemos sido capaces de detectar un detalle importantísimo.

En muchas de estas situaciones, ha sido la mujer con la que compartíamos cama la que nos ha parado los pies. La que nos ha dicho hasta aquí, o esto de esta manera, no.

Pero ¿y si ese detalle no se hubiera producido por la razón que sea?

¿Hasta dónde hemos llegado a los hombres en el sexo mientras las mujeres no nos han dicho ¡para!?

¿Y si la mujer con la que estábamos no hubiera sido capaz de manifestar su deseo en aquel instante?

¿Y si la situación de desigualdad desde la que partimos hombres y mujeres también en la cama las impide encontrarse en una relación entre iguales en donde el respeto, el consentimiento y el deseo están negociados, consensuados y clarificados desde el principio?

Cuando delegamos en que sean ellas las que nos tienen que “parar los pies” estamos pasándolas a ellas la responsabilidad de resolver una situación de desigualdad en la que precisamente somos nosotros quienes tenemos el poder de que esa situación no se resuelva en un contexto de violencia.

Y a esa certeza/realidad incuestionable le vamos a tener que dar más de una vuelta.

A veces es tan sencillo, como tratar de ver las cosas al revés. A ver si hay algo que nos llama la atención o por el contrario, no notamos diferencia alguna.

Conociéndonos tal y como nos conocemos hoy en día, si nosotros fuéramos una mujer, ¿compartiríamos nuestra vida con alguien como nosotros?

O dicho de otra manera, ¿cómo nos hubiéramos sentido en cada una de las situaciones que hemos explorado en esta sesión si hubiéramos sido la mujer y no el hombre en ese preciso instante?

Es en esa capacidad de explorar lo que nos es ajeno donde hay que incidir. Y en nuestra relación con las mujeres, me temo que tenemos mucho todavía donde seguir explorando.

Y no solo en la cama, sino en la forma en que resolvemos los conflictos y las discusiones con ellas.

En la forma en que ponemos fin a una relación de pareja.

En dejar de sentir que la mujer es un objeto o una propiedad más que nos pertenece.

Hoy queremos cambiar la frase que en más de una ocasión hemos pronunciado de que “en aquella época nadie me dijo que eso estaba mal” y empezar a cambiarla por otra mucho más acertada. “Hoy ya soy capaz yo mismo de decirme que eso estuvo mal”.

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