
NAVIDADES EN PRISIÓN
Desde que comenzamos a organizar el círculo de hombres en el Centro Penitenciario de Soto del Real, son muchas las cosas que hemos ido aprendiendo los que venimos «de fuera», después de compartir con los internos una sesión tras otra.
En mi caso, hay dos que especialmente me han llamado más la atención a lo largo de los últimos meses.
En primer lugar, esa idea errónea, compartida por alguno de los presentes, seguramente alimentada en gran parte por la imagen que siempre se ha transmitido desde las películas y series que se han internado en la vida dentro de las cárceles, de que dentro de las prisiones se encuentran (solo) los delincuentes más peligrosos y los que han cometido los delitos más graves y salvajes que se nos pueda pasar por la cabeza.
Y la realidad es mucho menos espectacular.
Entendiendo lo «espectacular» por supuesto, como esa imagen exagerada que el cine nos ha transmitido previamente y que responde más a prejuicios que a realidades concretas.
En la cárcel hay personas cumpliendo condena por multitud de delitos, la gran mayoría de ellas, de menor gravedad de la que podamos llegar a pensar (por poner un ejemplo, apenas el 7,5% de los presos que cumplen condena en las cárceles españolas, son por delitos clasificados como “homicidio y sus formas”).
Digo esto, porque muchas veces tendemos a caer en el análisis y (pre)juicio facilón.
Aquel en el que simplemente calificamos de entrada a las personas entre buenas y malas, lo cual, alimenta la idea de que una persona por el simple hecho de estar en la cárcel significa que algo (mal) habrá hecho y que, por lo tanto, preventivamente le adjudicamos la etiqueta de mala.
Y repito, la realidad es mucho menos espectacular.
La gama de grises entre el blanco y el negro es tan extensa, que a veces la frontera que separa a una persona que está en la cárcel de otra que no lo está, es mucho más fina de lo que creemos.
Y ya sabéis que en el círculo una de nuestras máximas es que tratamos de evitar el juicio, para lo cual nos sirve y mucho que, salvo que los propios participantes quieran contarlo dentro del grupo, los facilitadores no tenemos ningún tipo de información sobre el delito que ha cometido cada interno que asiste al círculo.
A una persona no la define (únicamente) la acción que ha cometido en un momento puntual de su vida.
Una persona es el aprendizaje de muchas acciones acumuladas a lo largo de la vida. Algunas buenas, otras malas, unas importantes, otras aparentemente insignificantes, que nos van conformando en las personas que actualmente somos.
Con esto no pretendemos, relativizar y restarle importancia al motivo por el que se esté cumpliendo condena, sino que pretendemos ser conscientes y aceptar la situación en la que estamos para trabajar con ella, y tratar de trascenderla y superarla, con la confianza lógica y esperada puesta para que no vuelva a ocurrir.
En segundo lugar, otro de los aprendizajes imprescindibles de los últimos meses, tiene que ver con la inevitable sensación, cuando empiezas a conocer, cada caso un poquito más en profundidad, de que la condena que cumple cada interno es una condena compartida.
Cuando pensamos en una persona que cumple condena en prisión, solemos pensar (solo) en esa persona.
No aparece en nuestra cabeza ninguna reflexión de cómo lo estará pasando la familia de esa persona, o las personas que aguardan ahí fuera a que la condena (o el régimen que les permita salir de permiso con más frecuencia) llegue a su fin.
Y ahí es inevitable, que en una época como esta, la navideña, tan dada a las reuniones y celebraciones familiares en todas partes del mundo, nos queramos preguntar cómo se pasan unas navidades en prisión.
Pero no tanto, en las navidades que transcurren dentro de la prisión, que inevitablemente poco pueden tener de especiales cuando no las puedes pasar con quien te gustaría, sino con las navidades que se quedan sin celebrar.
Sobre todo cuando por multitud de testimonios, sentimos que por ejemplo, el estado de ánimo de las familias suele ir inevitablemente ligado al estado de ánimo de los internos (y viceversa).
Sentir también esa responsabilidad de que hace falta mantenerse entero para que la familia no note nada a través de esas exiguas videollamadas de ocho minutos o de la visita del vis a vis en los que inevitablemente se acumulan a veces multitud de temas familiares pendientes de resolver.
O por el contrario, cuando te piden tus familiares más cercanos que no les cuentes lo que haces en tu día a día, sino que les digas cómo te sientes y cómo vives tu estancia en la cárcel.
La importancia del sentimiento por encima de la acción.
Eso sí que nos define mucho más acertadamente y habla más de nuestro yo real, que del personaje que nos ha acompañado en muchas etapas de nuestra vida.
Evidentemente, no tiene nada que ver si esta es tu primera Navidad en la cárcel, o si ya llevas varias a tus espaldas, y desgraciadamente, ya te has acostumbrado a esa sensación.
O si eres un recién llegado al centro penitenciario en estas fechas, y estás en modo alerta o supervivencia, siempre a la defensiva, pendiente de lo que te vas a encontrar en este medio hostil, o por el contrario, tienes un grupo cercano de amistades a tu alrededor con los que poder hacer más llevadero el transcurrir de estos días.
Días de vacaciones en los que encima las actividades externas disminuyen sensiblemente, provocando que el paso del tiempo (y la reflexión que conlleva y que nos acompaña a todas horas) sea todavía más lento.
En este caso, tenemos la opción de desahogarnos en el círculo.
De expresar la agresividad, la rabia y la ira que nos provoca esta situación, y que a veces nos pone al límite de cualquier cosa que ocurra a nuestro alrededor.
De la nostalgia y las añoranzas de navidades pasadas, que aunque inmersos en una especie de farsa y celebración compartida por la sociedad de la que no siempre disfrutábamos, ahora daríamos todo lo que tenemos por poderla recuperar estos días.
Incluso, para los internos más creyentes, la esencia de estos días y fechas tan especiales, ligados a sus creencias religiosas.
El pensamiento que se cruza inevitablemente… ¿Dónde estaríamos si hubiéramos actuado de otra manera en aquel momento?… Ay, amigo. Y eso quien lo sabe…
Algunos confían en que una pastilla para dormir les haga tener la esperanza de que el tiempo pase más deprisa, para que las fiestas acaben cuanto antes.
Otros nos cuentan que otro nuevo suicidio (el goteo de casos como este es casi constante en la cárcel) se ha producido la última semana en uno de los módulos.
Y otros incluso, se atreven a sumarse a la fiesta (a pesar de que el menú ni la decoración navideña acompañen) y a utilizar una palabra, «disfrute», que jamás pensarían que iban a utilizar para relatar algo que ocurre dentro de una cárcel donde parece que es incompatible y hasta cierto punto extraño, una sonrisa con la vida del día a día.
Alcanzar la aceptación de la situación que vivimos no es siempre algo fácil de conseguir. Sorprende encontrar entre los participantes al círculo, una cierta tranquilidad y calma, de fondo, aún a pesar del ánimo que les invade en estas fechas.
La percepción de los internos con la situación de aceptación con la que han aprendido a vivir su día a día.
Aprendiendo a valorar la verdadera importancia de los problemas de ahí fuera.
La resiliencia (la capacidad de afrontar la adversidad), al igual que la educación emocional en general, no es algo que nos hayan enseñado a trabajar desde pequeños. Todo lo contrario, pues en la mayoría de los casos, la frustración mal gestionada nos ha generado más de un problema.
Y sin embargo, aún en días como este, somos capaces de encontrar un resquicio para el humor.
No recuerdo haber estado en un círculo donde me haya reído tanto.
A veces asociamos la gravedad o seriedad de ciertos temas tratados en los círculos (como cuando hablamos de la vez que hemos tocado fondo y de la ayuda que hemos necesitado para salir de ahí) con la imposibilidad de utilizar el humor.
¿Es compatible una cosa con la otra?
Pues en la montaña rusa emocional que los internos nos relatan que es la estancia en prisión, es perfectamente compatible.
Y no solo es compatible sino que se pueden dar ambas caras de la misma moneda, incluso separadas por espacios breves de tiempo, como por ejemplo, en lo que dura una sesión de un círculo.
El círculo es un espacio en donde más que ningún otro sitio, aprendes a vivir el aquí y ahora.
Venimos cada dos martes, sin saber si tendremos la oportunidad de despedirnos de alguien.
Traslados a otras prisiones, cambios de módulo y coincidencia con otras actividades, libertad y fin de las penas, permisos, etc.
Nunca sabes cuando va a ser la última vez que vas a ver a alguno de los integrantes del círculo, así que, es mejor que no te guardes ni reserves nada.
Y que mejor muestra de ello, que la fantástica reflexión que nos regaló hoy uno de los internos.
Los abrazos y los besos que no des hoy ya no vuelven ni se pueden recuperar en el futuro.
Los de mañana serán los de mañana.
Pero no serán los de ayer recuperados.
Esos ya se quedaron sin dar ni disfrutar.
Así que, más vale que tengamos esto último muy claro.
Y lo apliques en tu día a día, estés donde estés.
Por nuestro propio bien y por el de la gente que nos rodea.