Tú eres tú y tu circunstancia


“Knowing to win” (“Saber ganar”) Paolo Troilo 2011

A veces encontramos la inspiración en el lugar y el momento más inesperado.

Me pongo a recopilar y releer las notas recogidas de la última sesión que hemos tenido en el círculo para poder escribir esta crónica, escuchando de fondo las noticias del telediario sin prestarle demasiada atención.

Veo por el rabillo del ojo, imágenes en televisión de la última entrega de los Globos de Oro, con un Steven Spielberg que al recoger el premio al mejor director por su última película (que tiene un marcado tinte autobiográfico), suelta esta perla:

«Nadie sabe quiénes somos hasta que tenemos la valentía de decir quiénes somos»

¡Wooooooooow!

Y cuando la escucho, no puedo más que levantar la cabeza, y coger el móvil rápidamente para tener un sitio donde poder apuntar estas breves palabras antes de que se me olviden, para poder incluirlas en la próxima crónica que toca escribir resumiendo lo ocurrido en el último círculo.

Y es que conecta taaaaaan bien con el espíritu de lo que es el círculo (y sus participantes), que no puedo más que querer compartirla con todos los demás, cuando lean lo que de aquí surja.

Empezar a escribir un artículo como este desde el folio el blanco, responde al mismo temor o miedo con el que comenzamos un círculo cuando nos damos cuenta de que no llevamos ningún tema “preparado”.

Supongo que tendrá que ver con los miedos de cada uno de nosotros, que no tienen que ser ni mucho menos los mismos, por supuesto.

Yo reconozco que tengo la sensación de que si no llevamos un tema al menos pensado en la cabeza de reserva para sacarlo si fuera necesario (en caso de que algún silencio repentino dure más de la cuenta y tengamos la sensación de que la sesión se atasca), me siento más inseguro.

Como si ese miedo al silencio nos dejara más desprotegidos.

Como si el silencio implicase que no tenemos nada de qué hablar, o como si en el proceso habitual expansivo del círculo hubiera que intervenir de algún modo para que eso siga vivo.

Y nada más lejos de la realidad. El círculo no es una hoguera cuyo fuego haya que mantener artificialmente y de manera forzada.

Un silencio puede ser un momento de reflexión muy potente y sin embargo lo vemos como un error, un fallo. Momentos en los que algo parece que no fluye ni llena la totalidad de la duración del círculo, como si ese fuera el único objetivo de este.

Tendemos a pensar que cuando el grupo está ya consolidado (como ya lo está éste) hace falta temas nuevos y diferentes que proponer en cada sesión para que el círculo no se acabe convirtiendo en una rutinaria y simple conversación entre amigos, como las que por ejemplo tenemos en esos primeros minutillos antes de empezar, cuando nos vemos y saludamos y nos preguntamos que qué tal estamos desde la última vez que nos vimos y nos contamos las novedades que hayan pasado en ese intervalo de tiempo.

Y para que eso no ocurra es fundamental también ese minutillo de silencio inicial que tenemos por costumbre mantener antes de comenzar el círculo, con los ojos cerrados (el que quiera) y poniendo el foco en nuestra respiración y presencia, para sentir que estamos entrando en un espacio especial y diferente, y para que podamos dejar, aunque sea de forma simbólica, todos los temas y/o preocupaciones que tengamos ahí fuera, y poder concentrarnos y ponernos en formato círculo.

Después nos damos cuenta de que cada una de las muchas de las intervenciones y temas que vamos sacando todos y cada uno de los allí presentes en las dos horas que dura el encuentro, daría para un círculo entero.

Y ese temor al silencio que comentábamos antes, queda, una vez más, desarmado.

Porque efectivamente, nunca ha pasado en estos ya casi nueve meses que llevamos reuniéndonos. Pero es algo que, todavía a estas alturas, a algunos todavía nos preocupa en exceso, aunque se trate de otro de esos miedos infundados, como otros muchos de los que llevamos a cuestas y que vamos tratando con frecuencia en las sesiones.

Supongo que tendrá mucho que ver con esa idea que nos han impuesto desde la sociedad, de imperar la productividad por encima de cualquier otro detalle, incluso en un espacio tan poco productivo como es el círculo, entendiendo por poco productivo, el hecho de que de su interior no salga ningún bien manufacturado al que haya que darle un valor determinado como si de cualquier cadena de montaje o producción se tratara.

A los que venimos de fuera de la cárcel, todavía nos sigue sorprendiendo esos primeros minutillos saludando a la gente que va llegando por partes.

Seguimos pensando en la cárcel como un ente único intramuros, sin darnos cuenta de la cantidad de módulos que hay en su interior, y de que los internos que participan en el círculo se saludan con la misma novedad (salvo que coincidan en alguna otra actividad a lo largo de la semana) con la que les saludamos nosotros a cada uno de ellos.

Se agradece la calefacción con la que nos recibe el aula de tratamientos, una calefacción que ya debe llevar puesta algún tiempo, porque el aula se nota y se siente acogedora.

Igualito al estado en el que se suelen encontrar los chabolos y el resto de los espacios comunes de los diferentes módulos, tan gélidamente fríos como esos muros e interiores tan desangelados y tan poco atractivos a la vista desde el exterior.

Y una vez que damos comienzo a la sesión, ya no paramos hasta el final, como si de una cascada de agua se tratara, imparable hasta llegar al final de su viaje al vacío…

Uno de los internos nos cuenta sus vivencias después de haber sufrido un infarto pocas semanas antes. Su paso por el hospital, su estancia en el módulo de enfermería, su recuperación poco a poco, su actual estado de salud, su necesidad de dejar de fumar y las dificultades que se le presentan, y que a menudo implican a terceras personas que nos importan y mucho, a las que no les acabamos de contar todo lo que nos pasa, por miedo a no preocuparlas, a no decepcionarlas o por miedo a desligarnos de esos pequeños detalles que a veces nos sirven para seguir aguantando a sobrellevar el día a día en prisión.

Otro de los participantes nos cuenta sus nervios por el juicio al que se va a enfrentar al día siguiente y de lo que supone ese vértigo e incertidumbre de las últimas horas, donde no se dejan de agolpar todo tipo de sentimientos encontrados.

Otro nos confiesa sus ganas de no venir al círculo en las últimas semanas, tratando de manejar y gestionar un profundo cabreo por algo que le ha ocurrido hace poco, y no querer aburrirnos con sus problemas, ¡cuando de eso se trata precisamente en el círculo!, de poder descargarnos de todas aquellas cosas que nos aprisionan y que necesitamos compartir cuando nosotros solos no podemos o nos cuesta más trabajo el hacerlo.

Porque necesitamos sentirnos también parte del grupo. Pero de verdad.

Ser conscientes del vacío que dejamos en el círculo cuando no asistimos es importante. El hueco de cada uno de nosotros no se llena con ningún otro participante que ocupe su lugar.

Nadie ocupa el lugar de nadie. Todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra propia particularidad y esencia, y no son intercambiables con ninguna otra.

El círculo no es solo la suma de sus participantes. Es algo más. Es mucho más. Es la suma de sus participantes y el conjunto de sus vivencias y experiencias de vida compartidas en el grupo, desde donde surgen infinidad de aprendizajes y enriquecimientos mutuos.

Como por ejemplo, las de otro componente del grupo, que nos regaló sus primeras sensaciones cuando entró en la cárcel, y lo que supuso para las personas que conforman su círculo más querido e íntimo, su familia.

Cómo se vive una situación familiar tan extrema como esta, y cómo se puede llegar a expresar de forma tan especial, poniendo palabras una detrás de otra, en un folio y medio que tiene a bien compartir con todos los demás. Oro puro.

Y una vez más, se demuestra que escribir no es lo mismo que hablar. Hablar es una manera de expresarse quizá más natural, espontánea y directa, y a la que estamos mucho más acostumbrados.

Pero escribiendo (aunque pensemos que no sabemos hacerlo o que no se nos dé lo suficientemente bien) ponemos en marcha una serie de reflexiones y emociones mucho más asentadas que las que nos salen cuando nos expresamos a través del habla.

Y cuando escribimos desde ahí, no existe la posibilidad de escribir mal, porque lo que escribimos es único y personal. Y sobre todo auténtico.

Y desde esa autenticidad se produce a veces la chispa o el encuentro dentro del grupo.

Como por ejemplo, cuando otro de los participantes nos comparte su miedo a morir en la cárcel, que es el mismo sentimiento que hace pocos momentos expresaba otra persona.

Y ahí es donde se produce la magia.

De repente, hay más personas a las que le pasan lo mismo que a mí. Lo que creía que no era tan importante ni siquiera para ser contado, resulta que encuentra un lugar desde donde ser escuchado y cobra vida.

Ya no soy el bicho raro que creía que era.

Ya me reconozco en alguien más que no soy yo.

Y se produce el salto de lo individual a lo colectivo.

Abandonamos nuestra experiencia personal como si de una única experiencia universal lejana se tratara, y pasamos a compartirla en un espacio común y cercano con otra persona, y ya deja de ser (solo) una única experiencia (eso sí, multiplicada por dos) para convertirse en un vínculo entre dos personas que hace pocos meses ni se conocían ni parecían tener nada en común.

Y se demuestra, una vez más, que el círculo no es solo la suma de sus experiencias compartidas. Es algo más.

Es la toma de conciencia de las particulares circunstancias que nos rodean, y que nos siguen conformando como personas, de una manera tan especial y única que todavía ni siquiera sabemos entender en toda su complejidad, aunque estemos en el proceso para ir poco a poco haciéndolo.

Ya lo decía Ortega y Gasset:

“… El hombre rinde el máximum de su capacidad cuando adquiere la plena conciencia de sus

circunstancias. Por ellas comunica con el universo …”

[…]

“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”

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