El sesgo y corporativismo masculino. Círculo C. P. Soto del Real 24/01/23


El sesgo y corporativismo masculino

“Me sabe muy mal por él”.

Esa es la frase que pronunció Xavi Hernández, actual entrenador del FC Barcelona, nada más enterarse del caso de su excompañero de equipo Dani Alves, y de la presunta acusación de violación que se cierne sobre él por una agresión sexual cometida a una mujer en una discoteca de Barcelona pocas semanas antes.

Ante el revuelo ocasionado por estas declaraciones, Xavi decidió rectificar y pedir perdón.

«Creo que en mis palabras he podido obviar el dolor de la víctima. Creo que se deben condenar este tipo de actos, los haga Dani o los haga cualquier otra persona».

«Creo que no estuve afortunado al expresarme y pido disculpas a la víctima y a las víctimas de estos actos de violencia de género y de cualquier tipo de violación».

«Me sabe mal que Dani haya podido hacer este tipo de actos. Me sorprende. Mi apoyo a la víctima. Pido perdón».

¿Y qué es lo que ha pasado en apenas 24 horas para que Xavi sienta la necesidad de tener que rectificar públicamente y disculparse de esta manera tan contundente?

Algunos seguramente pensarán que en estos tiempos de aparente corrección política, Xavi no ha tenido más remedio que rectificar públicamente para proteger su carrera futbolística como entrenador, antes de que se le echen encima (más todavía) desde diferentes ámbitos sociales por unas declaraciones que como mínimo son muy desafortunadas por no expresar ningún tipo de empatía hacia la víctima.

Otros pensarán (quiero pensar que serán los más) que una vez hechas, Xavi se ha vuelto a ver y a escuchar en sus propias declaraciones, ha reflexionado sobre lo que ha dicho, y ha llegado a la conclusión de que, efectivamente, esas declaraciones todo lo espontáneas y aparentemente inofensivas que creyó que fueron, necesitan de una rectificación y de una sensibilidad posterior al automatismo (masculino) que nos sigue surgiendo cada vez que delante nuestra estalla un asunto como éste.

Sin entrar a valorar y enjuiciar este caso que todavía no tiene resolución judicial, lo que es interesante es ver cómo se trabaja en el círculo la posición o lugar que ocupamos ante un tema como este y qué resortes se nos activan y a dónde nos conducen.

Tan acostumbrados como estamos a hablar en el círculo desde lo que sentimos y no desde lo que pensamos, siento que estamos condenados a fracasar cuando surge un tema como éste en el grupo, aunque no es menos cierto que son los conflictos (bien conducidos) los que nos hacen avanzar y profundizar en el trabajo de reconocimiento, cuestionamiento y reflexión grupal al que nos enfrentamos en cada sesión y ante unos temas, como éste, en el que nos queda tanto por integrar y cambiar.

En ningún otro tema nos desviamos tanto de la esencia de nuestras experiencias como en este.

Ya no es el círculo heterogéneo que engloba diferentes personas, sensibilidades y experiencias de vida del que nos nutrimos todos y cada uno de nosotros, sino que de repente, el grupo se transforma en un espacio mucho más endogámico, rígido, sin aparentes grietas, y donde aunque sea de forma inconsciente, transmitimos una energía sensiblemente diferente a la de cualquier otra sesión.

Es el más mental, racional y visceral de los temas que tratamos en los círculos.

Sigue pesando más las creencias, prejuicios e ideologías de cada uno de nosotros que las experiencias vividas y sentimientos en busca de la otra persona que nos permitimos indagar en otras sesiones.

Nos es rematadamente fácil conectar con el Alves denunciado por una mujer por un gravísimo delito de violencia sexual, que con la propia víctima, cuyo relato empezamos, como mínimo, a mirar con cierta desconfianza desde el minuto uno.

Armamos rápidamente el discurso mental sobre el derecho a la presunción de inocencia de Alves, pero no somos mínimamente capaces de empatizar con el mismo derecho que tiene la víctima a que no se cuestione la veracidad de su relato y el daño sufrido.

A esta última, no la permitimos el mínimo espacio para poder ser y expresarse. Le arrebatamos la posibilidad de explicarse porque preferimos proteger y no cuestionar ese espacio común de seguridad, protección y corporativismo que sigue siendo la masculinidad, por mucho que en ocasiones nos atrevamos a cuestionarla cuando nos toca de cerca y somos nosotros los perjudicados.

Y eso solo pasa cada vez que confrontamos a hombres y mujeres en temas que, por lo general, nos suelen dejar en muy mal lugar. Y este es uno de ellos.

Estoy convencido de que si yo en el círculo manifiesto que en la calle me han robado la cartera o me han agredido, sea cual sea el motivo, nadie entre mis compañeros masculinos del círculo, va a dudar de mi relato.

Porque aunque sea un hombre el que te golpee, te denuncie, o te agreda, a él le sigues viendo y sintiendo como un igual con el que simplemente no estás de acuerdo o has tenido un conflicto. Y eso no pasa de la misma manera cuando hablamos de las mujeres.

Y no tiene nada que ver nuestras experiencias previas, porque yo puedo haber tenido cualquier experiencia desagradable con un hombre en el pasado, pero no por eso pienso que cualquier hombre en cualquier momento me puede arruinar la vida.

Idea que fácilmente incorporo cuando de la que hablamos es de una mujer.

Porque cuando se trata de un delito que incluye el testimonio de una mujer contra un hombre la cosa de repente se complica. La individualidad de ese acto se convierte en una sospecha conjunta y colectiva que vamos a dirigir hacia todas las mujeres. Porque cada vez que hablamos de machismo y de violencias hacia las mujeres las cuentas “no nos salen”, entre lo que los hombres manifestamos y reconocemos, y lo que las mujeres sufren a diario.

Y es que el machismo no es un problema de convencimiento, ni de reconocimiento propio. Por mucho que reconozcamos tímidamente lo machistas que somos, eso por sí solo no asegura nada ni implica cambio alguno en nuestro comportamiento y actitud hacia las mujeres.

Porque nos seguimos enojando cuando sentimos que nos meten a todos los hombres en el mismo saco, pero utilizamos el mismo recurso cuando generalizamos y proyectamos sobre las mujeres tal o cual temor que nos inspiran (por ejemplo, la posibilidad de que nos puedan denunciar de forma falsa).

Y todas esas cosas que nos siguen ocurriendo, responden a ciertos patrones, conductas, comportamientos, prejuicios y creencias que no son fruto de la casualidad. Que forman parte de todo un aprendizaje social y cultural que nos sitúa a hombres y mujeres en dos posiciones tremendamente diferentes y desiguales, en donde nosotros los hombres, no somos desde luego las víctimas en la inmensa mayoría de los casos.

Y demuestra que por muchas veces que tratemos estos temas, confirma lo poco que nos movemos de nuestro lugar. Mucho menos que en cualquier otro tema, en el que nos miramos sin miedo al espejo, nos reconocemos, y aceptamos las cosas que tenemos que cambiar en un trabajo de revisión al que nos prestamos voluntariamente.

Porque en estos casos que nos remueven tanto por dentro, elegimos debatir y no dialogar. Y la diferencia es sustancial.

El debate crea oposición. Dos o más posturas enfrentadas en dónde lo que se pretende es reforzar nuestra opinión, creyendo que es la única y la buena que existe. El debate está pensado para confrontar y ganar.

Y esto es justamente todo lo contrario del diálogo que buscamos y propiciamos en los círculos.

El diálogo sugiere una mentalidad y predisposición propia abierta hacia la mirada de los demás. Es colaborador. Busca nutrirse de las experiencias/opiniones de los demás, extendiendo, agrandando y posiblemente cambiando el punto de vista nuestro. No existe una solución única. Se trabaja conjuntamente para tratar de entender un problema más allá de lo que simplemente vemos por nosotros mismos.

Tiene que ver también mucho que ver con la diferencia que existe entre la empatía (tantas veces buscada en los círculos) y la simpatía.

La empatía, como el diálogo, nos conecta con el de enfrente. No juzga, surge desde un plazo emocional, centrándose en la persona y en los sentimientos. Se escucha para comprender.

En cambio, cuando aplicamos desde un plano estrictamente mental, nos desconectamos de la persona que tenemos delante nuestra. Escuchamos para responder, no para entender. Buscamos la aprobación del grupo y que nuestra razón u opinión acabe por encima de la otra. Juzgamos desde un plano intelectual y busca dar una solución no pedida al tema en cuestión. Dejamos a un lado los sentimientos, para dar cabida únicamente a las palabras. Esta es la definición más o menos técnica, de la simpatía.

De ahí que tengamos la sensación de fracaso cuando planteamos estos temas en el círculo. Por lo poco que avanzamos. Por lo poco que nos permitimos movernos y estamos dispuestos a escuchar.

Supongo que en el fondo, aunque no queramos reconocerlo, tenemos miedo del empoderamiento de la mujer por todo lo que ello implica de desestabilización del lugar que ocupamos en esta sociedad.

Porque la idea de la falsa igualdad que tenemos integrada interesadamente se resquebraja muy a nuestro pesar, y sentimos que el terreno que está bajo nuestros pies se tambalea porque vemos que las mujeres nos comen el terreno que nosotros no queremos ceder.

Reconocemos el machismo sutil, cotidiano y tradicional de nuestro pasado, de nuestros padres. Porque ese es casi inofensivo y no exige un esfuerzo de renuncia por nuestra parte, demasiado costoso ni nos deja al descubierto ni desarmados.

Pero cuando se trata de revisar nuestro machismo propio y personal presente hoy en día (y la revisión de nuestro pasado que también eso debería implicar), nuestras resistencias se multiplican. Ya no queremos saber qué tiene que ver todo ese ruido exterior con nosotros.

Sería interesante que buscáramos dentro nuestra y nos miráramos al espejo de las declaraciones de Xavi de las que hablábamos al principio. Y saber si nosotros hemos hecho el mismo proceso de reflexión y cuestionamiento de nuestras creencias sobre las mujeres o seguimos haciéndole un bypass a la realidad, pasando por encima de ella como si no fuera con nosotros.

Necesitamos deshacernos de ese sesgo masculino desde el que venimos observamos la realidad y abandonar ese corporativismo de género que nos impide ver y sentir a las mujeres en igualdad de condiciones.

“Cuando estás acostumbrado al privilegio, la igualdad se siente como una opresión” Clay Shirky

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