
Una de las cosas que más echo en falta de los Círculos de Hombres que venimos desarrollando en el centro Penitenciario de Soto del Real, es tener que dejar nuestros móviles «fuera» (por razones más que obvias, lógicamente).
Me hubiera gustado acompañar esta última crónica con una foto del aula donde hacemos habitualmente los círculos. No para sacar una foto de los participantes (eso también me hubiera gustado, sobre todo a título personal) sino para mostrar al menos esas doce sillas vacías que preparamos cuidadosamente antes de empezar cada sesión, aún sin saber el número exacto de personas que nos acompañarán en el día de hoy.
Nuevos integrantes que se van incorporando al grupo, otros que van consiguiendo la tan ansiada libertad, alguno que coincide con otra actividad a la misma hora, otros que tienen la suerte de tener en ese momento un vis a vis con la familia, algún traslado a otro centro, alguno al que puntualmente su salud no le permite asistir, etc.
Son múltiples las razones para que el grupo pueda ser mayor o menor según el día, y como ya he comentado en más de una ocasión, nunca sabes cuando va a ser la última vez que vas a ver a alguno de sus integrantes.
Esa es una de las razones por las que no he querido despedirme de todos y cada uno de vosotros en la sesión pasada, aún a sabiendas de que ya sabía que no iba a poder acompañaros en las próximas sesiones de los círculos.
El mundo laboral me reclama, y a no ser que tengas unos horarios de trabajo realmente extraños, va a ser difícil poder conjugarlos con los martes alternos de diez a doce de la mañana en los que veníamos realizando estos círculos.
Sabía que este día llegaría más tarde o más temprano, por eso siempre quise estar desde el principio en un segundo plano, un pequeño y simbólico paso atrás respecto de los verdaderos facilitadores (e impulsores) de este círculo, que son Alfonso y Álex.
Ha sido prácticamente casi un año entero de compartir con vosotros tantas cosas en los círculos, que sería difícil e injusto hacer una lista de todos aquellos aprendizajes que he incorporado a mi vida diaria y cotidiana después de escucharos detenidamente en cada círculo, porque seguro que se me olvidarían muchos.
Aunque como veréis más adelante, al menos lo voy a intentar.
En esta última sesión había muchas novedades que os queríamos contar y no quedó tiempo para mucho más.
Entre otras cosas, queríamos saber vuestra opinión y sentir con estas crónicas que escribimos después de cada sesión a modo de reflexión, porque sentimos que tendría todo el sentido del mundo recopilarlas en un libro con el que poder llegar a más internos, a más profesionales y voluntarios externos involucrados en un sinfín de diversas actividades desarrolladas en las prisiones, y por qué no, pensar que pudiera servir de pequeño y modesto manual, sugiriendo temas, dando pequeñas pautas de facilitación de grupos, y apoyándonos en nuestras propias experiencias con el fin de inspirar para que otras iniciativas similares se pudieran replicar por todo el territorio nacional y ámbito penitenciario.
¿Te imaginas?
Yo sí.
Y de manera automática algo se coloca de forma diferente en mi cabeza, pensando que ciertas iniciativas, como la nuestra, pueden y deben servir para que la reinserción en la sociedad de las personas privadas de libertad sea una realidad más cercana y no una simple palabra bonita que sentimos que nunca se lleva a la práctica con el resultado que tanto nos gustaría.
Me encantaría también poner en estas líneas cada uno de los nombres de todos los que habéis ido pasando por el círculo desde que comenzó el doce de mayo de dos mil veintidós. Como manera simbólica de dirigirme a cada uno de vosotros a modo de despedida. Mirándoos a la cara y expresando con palabras no sólo mi más profundo agradecimiento, sino de una manera más afectuosa y cariñosa, aquello que me llevo en particular de cada uno de vosotros.
Me hubiera gustado compartir la siguiente dinámica en una sesión con vosotros. Como el tiempo no lo ha permitido, y no quería dejar de hacerla con vosotros, me permito imaginarme cómo habría sido para poder contárosla por aquí. A ver si por lo menos sirve para transmitiros en parte, lo que me hubiera gustado deciros en persona.
Se utiliza para reforzar y trabajar la cohesión de grupo.
Con frecuencia tendemos a pensar que nuestra aportación en los círculos (y en otras facetas de nuestra vida) es menos importante de lo que es realmente. Solemos ser nuestros peores enemigos, y muchos de los miedos y temores que arrastramos a lo largo de nuestras vidas, no hacen verdadera justicia y perjudican la visión (y autoestima) que tenemos de nosotros mismos.
Imaginad que estamos al comienzo de una de nuestras sesiones. Después de nuestro minuto de silencio, en el que nos disponemos en formato círculo a compartir el primero de los muchos temas que vamos a tratar en la sesión.
Imaginad que os pido que hoy vayamos a hacer una sesión especial. En la que os voy a pedir que solamente escuchéis. Que no habléis. Que os dejéis llevar y os pongáis en manos de otra persona, en este caso, de las mías.
Que aceptéis lo que esa persona tiene que decir de vosotros. No voy a hablar de vosotros por hablar, o que os diga lo bien que me caéis o lo simpáticos que sois. No. Se trata de algo sensiblemente más importante. Os voy a decir lo que me llevo de cada uno de vosotros. Lo que he aprendido a través de escucharos. Y no va a ser algo abstracto. Va a ser algo concreto. Tangible. Algo que yo no tenía/sabía antes, y que he podido incorporar a mi vida después de compartir con vosotros todos estos innumerables momentos vividos en el círculo.
Os voy a pedir que simbólicamente, cada vez que me dirija a uno de vosotros, nos cambiemos de sitio. Tú pasarás a ocupar mi silla y yo la tuya, y así de la misma manera con el resto de los componentes del círculo, a medida que me vaya dirigiendo a vosotros.
Se trata de ubicarnos en un sitio diferente al que estamos acostumbrados a estar dentro del círculo. Estoy convencido de que al final de este círculo, en donde todos y cada de uno de nosotros estaremos sentados en otro sitio al que no estamos acostumbrados a sentarnos (incluso con compañeros diferentes a nuestros respectivos lados) nos va a dar una visión diferente de nosotros mismos (y por extensión, del resto del grupo).
Y empiezo recordando el testimonio recurrente de una persona, que con frecuencia suele apoyarse en un discurso mental aparentemente exento de grietas y al que le cuesta conectar con su lado más emocional. O al menos de puerta para afuera cuando le pedimos que se exprese desde allí. Recuerdo, y espero que tú también lo sigas recordando de manera muy especial, porque estoy convencido de que ese sentimiento te acompañará el resto de tu vida, como en la novena sesión de los círculos, a pocos instantes del final de esta, conseguiste contarnos durante unos breves instantes, detalles íntimamente personales de tu infancia y de tu vida más joven, como nunca lo habías hecho anteriormente, algo que provocó un repentino y sorprendente aplauso dentro del grupo. Me llevo de ti esa capacidad y fortaleza para sobrellevar de manera estoica los innumerables avisos cariñosos que tanto Álex como Alfonso te dedicaban con frecuencia en muchas de las sesiones a las que has asistido, pidiéndote que por favor, dejaras a un lado ese discurso racional y mental y te atrevieras a sumergirte en el aspecto más emocional de tus experiencias de vida. Esa capacidad que yo no tengo de saber recoger las críticas, por muy leves que sean, y de seguir viniendo uno y otro día al círculo con ánimo de seguir aprendiendo, es lo que me llevo de ti. En mi caso, tan frecuente como suelo estar de tomármelo todo hacia lo personal, seguro que no hubiera sido capaz de seguir insistiendo como tú sí que has sabido hacer. De seguir probando. De seguir disfrutando de los círculos. Seguramente, me hubiera quedado sin ir a los siguientes círculos, por miedo a que alguno de los facilitadores me reprochara algo. Así que, gracias por insistir. Gracias por enseñarme a no perder la fe. Gracias por enseñarme a superar mis límites. Porque lo que está más allá de nuestros límites, merece y mucho la pena.
Y os voy mirando despacio a los ojos de todos y cada uno de vosotros, y elijo a la segunda persona a la que me dirigiría. Y te pido que también me cambies el sitio, para poder sentarme en tu silla. Hay un recuerdo que me llevo de ti que vale su peso en oro. Recuerdo haberme cruzado contigo en la puerta de la prisión, cuando junto con Álex salíamos de una de nuestras sesiones. Venías de disfrutar de un permiso de varios días, y estabas acompañado por la que supongo sería tu pareja. Intercambiamos entre los cuatro apenas una conversación de muy pocos instantes, pero vi en esa persona que te acompañaba un brillo en su mirada al hablar de ti y del cambio que estabas experimentando en los últimos tiempos que me llenó de esperanza. Solo de recordar ese momento se me saltan las lágrimas de emoción al recordarlo. Recuerdo también que en una de las primeras sesiones, fuiste la primera persona que puso sobre la mesa, la palabra compasión, dentro del grupo. De una manera tan sencilla y acogedora como muy poquita gente es capaz de hacer. Me rompiste en pedazos, uno de esos muchos prejuicios tan injustamente integrados que tenemos las personas que venimos de fuera de la cárcel. Que alguien dentro de una cárcel me de una clase magistral de lo que es la compasión es algo a lo que nunca me había enfrentado en mi vida. Y no puedo estarte más agradecido.
Respiro profundamente, cojo aire, y elijo mi siguiente objetivo. Eres de los primeros en asistir al círculo. Ahí estás, siempre en tu sitio. Sabiendo en cada momento lo que decir. Tienes la capacidad de que lo dices, no solo suena tan bien, sino que provocas que los demás te escuchen con sensible interés. Reconozco que los hombres grandes, como tú, siempre me han provocado un cierto temor y respeto. De todos mis miedos y experiencias negativas que he tenido con tantos hombres a lo largo de mi vida, me cuesta acogerte la primera vez que te veo. Pero después te escucho hablar y todos mis miedos se desvanecen con inusitada facilidad. Pocas veces en mi vida he visto a una persona que desprenda tanta humanidad desde su mirada. Te he abrazado, te he visto llorar, y te he visto aportar muchas de las mejores reflexiones que se han escuchado dentro del círculo. Sé que no es solo efecto del círculo, porque eres de los que ya vienes con un trabajo previo y concienzudo de querer dar la vuelta a tu vida de una manera tremendamente radical y renovadora. Y desde luego, que lo estás consiguiendo. De ti me llevo no solo esa humanidad tan cercana de la que hablaba antes, sino la capacidad de expresarla y compartirla con los demás, sin esperar nada a cambio. Esa generosidad sin condiciones que tan fácilmente pareces poner al servicio de los demás, yo también la quiero incorporar a mi vida. Así que, gracias. Muchas gracias por enseñarme y compartir tanto.
Hay personas dentro del círculo que me inspiran una conexión personal tan especial, que es difícil de expresar en palabras. No todos tenemos la facilidad de expresarnos igual de bien. Aunque lo que entendemos por bien y por mal en esta sociedad, con frecuencia no responde a parámetros a los que debamos hacer mucho caso. Digamos que a algunos de nosotros nos cuesta más trabajo que a los demás el poder expresarnos. Y os voy a contar un secreto al respecto de esto. Hace muchos años, casi diez, estuve metido de lleno en un proceso de depresión del que me ha costado muchos años salir. Hasta el punto de que por aquella época, una de las consecuencias directas de aquella depresión fue una repentina dificultad para hablar que rallaba el tartamudeo, que incluso me obligó a pasar por la consulta de una logopeda para hacer una rehabilitación especial durante varios meses para poder recuperar la voz (y lo que es más difícil, la confianza en apoyarme en ella para relacionarme con los demás). Esa dificultad, esa gran piedra que me encontré en el camino de mi vida me ha marcado de tal manera, que seguramente me haya impedido disfrutar de muchas cosas y de muchas personas. De ti he aprendido a escuchar de verdad. No a escuchar para responder, que es lo que habitualmente estamos acostumbrados a hacer en nuestras vidas, sino a escuchar para sentir, con la empatía suficiente no solo para entender lo que nos están diciendo, sino para sentir lo que tienes y quieres comunicar a través de lo que compartes. Eres de las personas que ha compartido con el grupo, lugares de nuestras vidas que nos gustaría tener ocultas para siempre, que has demostrado una valentía, una honestidad y una generosidad para enriquecer el círculo, difíciles de ver en estos tiempos. Que escuchas y asientes cuando son los demás los que están contando sus experiencias. Y te reconoces en ellos. Y miras para dentro y te reconoces a ti mismo. Y te comprometes contigo mismo. Para seguir el camino que sabes que tienes que transitar, para que algunas cosas de las vividas no se vuelvan a repetir nunca más. Gracias por enseñarme a quererme más y mejor y a no tener miedo de expresarme de la única manera que sé. Desde la honestidad.
La siguiente persona con la que me quiero intercambiar mi sitio es una persona a la que cuando no está se la echa mucho de menos. No es que a los demás no se les eche de menos cuando faltan, por supuesto. Es que esta persona, y estoy convencido de que seguro que estaremos de acuerdo, es que es una de esas personas especiales. Te recuerdo de las primeras sesiones. Por una parte, con cierto reparo o precaución para abrirte con el grupo (o por lo menos esa es mi apreciación, que por supuesto puede ser errónea). Te veo escuchar con atención, sin casi participar. Sentado en tu silla, un tanto retrasado con respecto a la línea de sillas que parece cerrar el círculo. Con tu libreta y boli como compañeros inseparables, escribiendo cosas que vas escuchando sobre la marcha, y/o garabateando cualquier cosa que te acompañe el momento que estás viviendo. Solo al final de las sesiones, cuando Alfonso y Álex buscan a aquellas personas que no han participado en el círculo, preguntar si quieren compartir algo con los demás, es cuando llega tu momento. En un mundo en el que estamos acostumbrados a competir en todas partes y en donde hemos perdido la capacidad de escuchar a los demás porque solo nos interesa hablar y exponer nuestra opinión, encontrar una persona que sea capaz de escuchar detenidamente durante dos horas la intervención de los demás, para después expresar durante un breve periodo de tiempo algo tan valioso como suelen ser tus aportaciones es un regalo al que estamos muy poco acostumbrados. Hablar como tu hablas desde las tripas, sin muchos de los filtros que a veces los demás desde lo mental solemos aplicar a lo que decimos, destila una fuerza y una espontaneidad muy difícil de ver. Cuando tu hablas, el resto se mantiene en silencio. Y cuando acabas y dejas de hablar, también. Es tan profundo, personal y valioso lo que compartes, que siempre nos dejas con ganas de saber más. Pero tu forma de hablar es esa. Decir lo único que sea estrictamente necesario. Sin falsos adornos y sin una palabra de más. El resto es trabajo de los demás, para seguir indagando en la luz que tú pones al principio del túnel. Tu presencia en los círculos es la confirmación de cómo la simple escucha hacia los demás tiene un efecto de aprendizaje inmediato. De ti me llevo la capacidad de sacar el máximo provecho de los círculos para aplicarlo en nuestras vidas. De trabajar para sanarnos y empezar a castigarnos menos de lo que nos venimos castigando. De intentar dejar poco a poco de soportar esa cruz de peso insoportable que durante tanto tiempo hemos llevado a la espalda. Te veo y lo que me apetece, aparte de abrazarte, es pedirte que compartamos juntos, al menos durante una pequeña parte de nuestro camino, ese peso que llevas desde hace tiempo a tus espaldas. Ojalá llegue el día que te mereces. Ese, en el que te mires al espejo y solo te veas a ti. Gracias por tanto.
Miro hacia la ventana y te veo a ti. Te pido que me cambies el sitio como he hecho con los demás, y te pregunto si tienes idea de lo que voy a decir sobre ti. Con tu habitual desparpajo y sentido del humor me dices que no tienes ni idea, que vete tú a saber. Y me río, como pocas personas consiguen hacerme sonreír en el círculo. Recuerdo el día que estuvimos hablando de las máscaras, en donde vi una faceta reconocedora tuya que no había visto hasta al momento. Tu recurso, si es que me permites llamarlo de esta manera, con el que te enfrentas a la vida y a los demás. Recuerdo el día que nos contaron ese pequeño incidente de salud (por llamarlo de una manera cariñosa) que te tuvo en el módulo de enfermería varios días. Nunca pensé que sentiría tanta preocupación de una manera tan espontánea e inmediata. Para alguien que, como yo, tanto le ha costado en su vida sentir como propias las dolencias y malestares ajenos (¿no trata de eso precisamente la empatía y el amor hacia los demás?), has sido toda una sorpresa el encontrarme contigo en el círculo. Siempre pensé que en los círculos tratábamos temas tan graves e importantes, que no había sitio para el humor, y tu me has enseñado todo lo contrario. Y no por eso se dejan de aprender tantas y tantas cosas. Me has enseñado a mirar la vida de otra manera, aunque no te hayas dado cuenta. Eres el amigo que intenta levantarte el ánimo cuando peor van las cosas, y que siempre está a disposición de los demás, antes incluso que para uno mismo. Y eso también, es algo poco frecuente de ver. Gracias por ser como eres y gracias por saber contagiarlo y compartirlo con los demás.
El siguiente al que le toca, es uno de los integrantes del grupo, que más me han removido y del que más he aprendido. Si, lo sé, parece una contradicción, pero es desde el conflicto desde donde se aprende y se producen los cambios más transformadores. El conflicto no entendido como una pelea o discusión, sino como la posibilidad de crecer y evolucionar a través de la experiencia de una persona que se sitúa en un lado diferente al que tú estás. Desgraciadamente, estamos hechos de creencias y opiniones, que con frecuencia nos limitan. Con frecuencia rechazamos todo aprendizaje que proviene de una persona que no piensa y no opina como yo. Y en un espacio como el círculo, en el que decimos (pero más difícil es llevarlo a la práctica) que no existe el juicio, o por lo menos, es lo que pretendemos, tú me has enseñado el aprendizaje más difícil a los que me he sometido en este último año de compartir experiencias. Y ese aprendizaje es precisamente aprender a no aplicar juicio (porque sí, se puede aprender), independientemente de lo que la otra persona diga o te haga remover por dentro de una forma casi visceral (si me remueve por dentro, es que algo tengo pendiente de solucionar con lo que me proyecta esa persona). ¿Y cuándo yo sé que no aplico juicio? Sencillo. Cuando la opinión previa que tenemos de esa persona no cambia después de escucharla. Normalmente a las personas que no piensan como nosotros las situamos en un lado muy específico de la balanza, generalmente desde un sesgo o apreciación negativa. En tu caso, no solo tu experiencia compartida me ha hecho reflexionar de cosas sumamente importantes que tengo pendientes de revisar más concienzudamente, sino que me ha hecho apreciarte más y verte de otra manera, más cercana y humana. Llevo ocho años asistiendo a círculos como este, y nunca antes había tenido un aprendizaje tan brutal como este, así que, gracias por tu sinceridad, gracias por compartir tantas cosas con el resto del grupo (a pesar de que muchos días venías con la idea de que hoy no voy a hablar) y gracias por mostrarme un espejo en el que seguir indagando.
Sigo mi repaso por los integrantes del círculo, y llego a uno de los componentes más jóvenes del mismo. Te he visto solo durante tres o cuatro sesiones, atento como estás siempre a lo que los demás comparten en el círculo. Te vi llegar por primera vez en mitad de una sesión, quizás la sesión más difícil que hemos tenido a lo largo de este año, cuando estuvimos hablando de las violencias que ejercemos hacia las mujeres. Llegaste y recuerdo que ese día ni te quitaste la cazadora. Temí que no volvieras. No dio tiempo a acogerte adecuadamente y a darte el espacio que a todo nuevo integrante dentro del grupo le intentamos dar en su primer día de círculo. Recuerdo que las dos siguientes sesiones te vi en una situación similar. Sin quitarte la cazadora, ni siquiera parcialmente desabrochada. Sé que seguramente sería una cuestión estrictamente de frío, pero sentí las primeras veces que era tu forma de protegerte frente al grupo. No es fácil llegar a un grupo cohesionado que lleva varios meses funcionando, en donde todo el mundo ya se conoce. Expresarte, intervenir cuando lo deseas y buscar tu sitio dentro del grupo cuesta trabajo, sobre todo al principio. Y para algunas personas más que otras. Recuerdo también cuando al final de una de las primeras sesiones a las que fuiste, Alfonso te preguntó cómo estabas y por primera vez, supimos un poco más de ti. Y me transmitiste las ganas de querer saber más de ti. De sentir que eres una persona todavía muy joven, que tienes unas inmensas ganas de aprender y de escuchar. Que sientes que esto te hace bien. Y que cada día que pasa te estás convirtiendo en una mejor persona. Que necesitas seguir trabajando y profundizando en aspectos de tu vida que todavía no tienes bien resueltos. Pero que lo estás haciendo bien. Me llevo de ti esa ilusión con la que llegaste al círculo, que a veces siento que a mí no me acompaña, porque pienso erróneamente que ya no me queda nada de lo que seguir aprendiendo. Por favor, no dejes de venir al círculo. Siento que tienes por delante muchas cosas que aportar al grupo que os van a servir de mucho. Espero que encuentres el lugar que te mereces dentro del círculo.
Y para el final dejo a otra de esas personas especiales que consigue despertar en mí sentimientos que creía bien ocultos (dicho sea en el aspecto más positivo de la expresión). Recuerdo la primera sesión a la que viniste, donde nos reconociste que lo que nos contaste solo lo habías contado dos veces a lo largo de tu vida. Una de ellas, precisamente en ese tu primer círculo. Contar algo de esa importancia y en las circunstancias en las que lo hiciste me dejó perplejo. He dicho antes que yo llevo asistiendo a círculos cerca de ocho años, y todavía hoy en día, a pesar de la cantidad de experiencias personales que he compartido a lo largo de mi vida en los círculos, soy consciente de que quedan algunas de ellas, que no quiero compartir con nadie, ni siquiera en un círculo. Por mucha confianza que encuentre dentro de él. Ya sea por miedo, por vergüenza, por creer que me vais a juzgar y pensar algo malo de mí, o por la razón que sea, pero no consigo llegar a destapar todas aquellas cosas que todavía siguen ejerciendo tanto poder dentro de mí (la culpa, nuestra incansable e infatigable compañera de viaje, ¿te suena?). Tú me has enseñado lo que es lanzarse al vacío, sin importarte lo que piensen los demás. Escucharte es liberador y profundamente transformador. Aunque reconozcas que después, en otra sesión donde también nos compartiste algo igual de importante, venías con la máscara de la vergüenza puesta, preguntándote qué pensarían los demás de ti, después de haber contado lo que habías contado. No hubo tiempo para más en esa sesión, y me quedé con las ganas de decirte de que no le hicieras mucho caso a esa vergüenza que portabas en ese momento en forma de máscara. Lo que aportaste al grupo es ese territorio de incomodidad personal en el que deberíamos sumergirnos sin miedo a encontrarnos a nosotros mismos. Pues ese es el principal objetivo que queremos potenciar en los círculos. Esa capacidad de ver nuestro propio reflejo en el espejo. Ser capaces de ver qué imagen nuestra nos devuelve, de analizar los lugares por los que hemos transitado en nuestras vidas, para reconocerlos, responsabilizarnos de ellos, y rectificar o restaurar, si es que estamos a tiempo de ello, el daño ocasionado. Gracias una vez más, por elevar el valor de este círculo a lugares a los que nunca creíamos que íbamos a llegar.
Sé que me dejo muchos participantes por el camino. Algunos que estuvieron sobre todo al principio y de los que guardo también un especial recuerdo.
Todos y cada uno de vosotros habéis hecho de este círculo un grupo único, porque únicas son vuestras experiencias.
Y una vez más, se demuestra aquello que con frecuencia se expresa en relación con los grupos de encuentro, de que «el todo es más que la suma de las partes».
Y, respecto a los dos facilitadores del círculo, ¿qué queréis que os diga que ya no sepáis los que habéis tenido la oportunidad de conocerlos?
De Álex, todavía recuerdo los primeros y engorrosos días de llegar a la cárcel. Y de esos innumerables protocolos de seguridad por los que hay que pasar para acceder a la prisión. Yo, todo presto y dispuesto, en ese primer e inicial control de seguridad, con frecuencia me apresuraba a quitarme el cinturón con la hebilla metálica, antes de que pasara por el arco detector de metales y evitarme el mal trago de hacerme pasar una y otra vez hasta que el maldito aparato dejara de pitar. Pero mi compi, con anillos y pulseras metálicas en sus brazos, que hacían volverse loco al aparato en cuestión, pasaba olímpicamente de quitarse nada metálico que llevara encima (ahora de vez en cuando, acepta quitarse algo antes de pasar por el aro). Lo más que hacía era extender sus brazos hacia el funcionario que tocara ese día para que comprobara con ese detector portátil que también tienen, lo que estimara oportuno… Y yo cuando le veía desde atrás, apenas a un metro de distancia, pensaba para mis adentros: «Yo quiero ser como él». Y llevar mi autoestima por delante, pite lo que tenga que pitar. Jajajaja… Molas mucho. Y te quiero mucho. Sé que lo sabes, pero no está de más que te lo diga de vez en cuando. 😉 Gracias también por llevar la facilitación del grupo a un terreno tan cercano, empático y cariñoso.
De Alfonso, lo primero que me viene a la cabeza cada vez que pienso en él, es en su mirada. Hace varios años, compartimos un retiro de un fin de semana entero con un sinfín de actividades que nos removieron y enriquecieron por dentro de una manera muy especial. En uno de esos talleres, solamente teníamos que mirarnos a la cara y dejarnos fluir por nuestros pensamientos o sensaciones al mirar a esa persona. Y yo no podía dejar de llorar, simplemente mirando a Alfonso. Nunca en mi vida me ha pasado algo similar. Tienes la capacidad de saber acoger a la gente desde un principio. De cuidar un espacio donde poder sentirse cómodo. Algo que a otros nos cuesta horrores, a ti te sale de forma natural o aparentemente fácil. Y eso, para la facilitación de un círculo y para convertir este espacio físico en un espacio de confianza y seguridad donde poder compartir lo más íntimo de nosotros mismos desde la vulnerabilidad que se requiere, es importantísimo.
Así que, a los dos, gracias.
Gracias por ofrecerme el poder acompañaros en esta iniciativa tan necesaria y gracias por permitirme participar en el que sin duda, ha sido el mejor círculo al que he tenido la oportunidad de acudir.
Nunca me imaginaba que me llevaría tanto en tan poco tiempo.