Habia una vez… Círculo C. P. Soto del Real 21/03/23


Había una vez…

Un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la iraLas dos se quitaron sus vestimentas y desnudas, las dos, entraron al estanque.

La ira, apurada (como siempre está la ira), con prisa, sin saber por qué, se baño rápidamente y más rápidamente aún salió del agua… Pero la ira es ciega, o por lo menos, no distingue claramente la realidad, así que desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró…

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza… Y así vestida de tristeza, la ira se fue.

Muy calma y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque. En la orilla encontró que su ropa ya no estaba.

Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la ira.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la ira, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta ira que vemos, es sólo un disfraz y que detrás del disfraz de la ira, en realidad… está escondida la tristeza.

(Cuento de Jorge Bucay)

¿Cuantas veces me he sentido atacado y no cuidado? ¿Cuantas veces he atacado y no he cuidado?¿Cuantas veces me han herido emocionalmente? ¿Cuantas veces he herido?

Me resulta mas sencillo contar las veces que me he sentido no cuidado, herido, atacado emocionalmente, agredido físicamente… y no tanto en las que he sido yo el que no ha cuidado, ha herido, atacado y pegado. Es difícil auto denunciarse y responsabilizarse del daño que hacemos. No queremos verlo. Nos duele tanto o más que cuando recibimos este tipo de agresiones. ¿Y por qué? ¿Qué nos pasa que no somos capaces de responsabilizarnos de nuestros actos, sobre todo cuando son dolorosos en otras personas?

La responsabilidad afectiva hace referencia a que nuestros actos tienen consecuencias en otras personas y, por lo tanto, debemos prestar atención a cómo nos relacionamos, a como reaccionamos ante el otro, aplicando el respeto, la comunicación, la empatía y el cuidado que cada vínculo requiere. Cualquier vínculo.

La responsabilidad afectiva tiene que ver con una plena consciencia de las decisiones que tomamos en relación con otros y su posible afectación, de manera positiva o negativa, en ellos.

Por lo tanto, la capacidad de comunicar tanto de las necesidades y deseos propios como de escuchar los de las otras personas hacen parte de ser responsables afectivamente.

Implica entonces hacernos cargo de nuestras propias emociones y actos en nuestras relaciones. Responsabilizarnos con los demás y con nosotros mismos facilitará la manera como desarrollamos nuestra vida emocional.

Asimilar las consecuencias de nuestros actos, parece algo obvio, pero no lo es. Muchas veces no somos verdaderamente conscientes de que lo que hacemos o dejamos de hacer, puede afectar a otros, a otras. A nivel emocional, por ejemplo, algunas actitudes o actos pueden causar en los demás mucho daño. En cualquier caso, debemos asumir y, sobre todo, asimilar los efectos de lo que hacemos.

Si actuamos por venganza, por orgullo o por defender nuestras ideas, a nuestro grupo, por sentirnos dañados… y no vemos más allá de esto, entramos en un circulo vicioso que es muy difícil de parar y de salir de él cuando está en marcha. Nos hacen daño, hacemos daño y seguimos haciendo daño…

La venganza nos da una falsa sensación de justicia ante lo que ha pasado. La venganza consiste en hacer daño al otro con el objetivo de disminuir el sufrimiento propio. Es una agresión no siempre premeditada, que sirve para satisfacer el deseo de hacer daño a otra persona.

En todo el proceso están involucradas muchas emociones. La primera de todas el dolor: la venganza siempre va a venir a causa de sufrir un daño provocado por otra persona. La segunda es la ira hacia esa persona que ha infligido el daño.

Además, esta acción está muy marcada porque tiene un objetivo claro, infligir el mismo sufrimiento que ha causado esa persona.

Hay una tendencia a creer que la venganza alivia, repara el daño o calma estas emociones desagradables, cuando la realidad es totalmente la opuesta.

A través de la violencia es muy difícil reparar el daño.

Debajo de la ira, de la rabia… siempre hay un dolor muy profundo. Hay mucha tristeza.

Me he dado cuenta a lo largo de mi vida que la emoción de rabia proviene de una experiencia emocional antigua que al chocar con la situación actual me conecta con un recuerdo de tristeza, dolor o miedo y me surge la necesidad de defensa. Hay en ello una cuestión de supervivencia al tocar un miedo existencial a no ser querido, a ser abandonado o invadido, a tener miedo a ser agredido.

Cuando surge algo que nos duele, una forma de reaccionar frente a ese dolor puede ser con rabia. Nos escondemos detrás del disfraz de la rabia porque es tanto el miedo y tristeza que hay detrás, que esta emoción aparece para taparlo, así evitamos sentirnos vulnerables o frágiles. Y cuanto nos cuesta a los hombres mostrarnos vulnerables y frágiles.

Tras la rabia hay en muchos casos un deficiente aprendizaje emocional en la infancia.  Aprendemos a reprimirla o expresarla de manera inadecuada. Es un tipo de respuesta que esconde miedo ante la imposibilidad de expresar sentimientos y necesidades que, con frecuencia, quedaron bloqueados.

La rabia y la tristeza son dos caras de la misma moneda. En la gestión emocional de ellas a menudo se nos crean dilemas. Si a una no la dejamos salir, saldrá la otra y dependiendo de la que dejemos salir, nuestra vida irá en una dirección u otra.

¿Cuál preferís?

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