La cárcel de la mente. Círculo C. P. Soto del Real 04/04/23 1


LA CARCEL DE LA MENTE

-¿Dónde está pues la cárcel?

-La cárcel está en nuestra mente.

-“Eres un esclavo, Neo. Igual que los demás, naciste en cautiverio. Naciste en una prisión que no puedes ni oler, ni saborear, ni tocar. Una prisión para tu mente”.

-Morfeo le advierte a Neo del peligro: “Son las mentes de los mismos que intentamos salvar. Pero hasta que no lo hagamos, siguen formando parte de este sistema. Tienes que entender que la mayoría de ellos no están preparados para ser desenchufados. Y muchos están tan habituados, dependen tan absolutamente del sistema, que lucharían para protegerlo”.

(Morfeo, película Matrix)

¿Hasta qué punto las reglas, las creencias, la estructura social, moldean y condicionan nuestra mente, nuestros pensamientos, nuestra personalidad? ¿Quién decide por ti cuál es un olor agradable, una forma estética o la comida o ropa que te gusta? ¿Es acaso posible que nuestros gustos o las posibilidades que creemos tener, estén condicionados y limitados por un molde? ¿Tenemos la capacidad de cambiar el programa y tener uno distinto? ¿Hasta qué punto estamos en una prisión y cuántos de esos barrotes los colocamos nosotros mismos? ¿Cuáles son las sombras de tu propia caverna?

Me he quedado sorprendido por uno de los temas que hemos estado “trabajando” en el círculo de hoy. “El miedo y la inseguridad al salir en libertad tras estar recluso en un centro penitenciario”. El cómo afecta en lo emocional, en lo psicológico el estar preso en una cárcel. El echar de menos cosas y situaciones tan cotidianas como sentir el frío de los pies de tu pareja debajo de las sábanas, los olores de tu casa, los ruidos… La sensación de estar mas seguro dentro del centro penitenciario que en libertad. En España había 55.751 reclusos en Diciembre del 2022 , según la estadística de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, sin entrar en la situación particular de cada uno de ellos y ellas.

Y se estima que, alrededor del 60%, sufre el conocido «síndrome del preso», en el que se enfrentan al miedo, a la soledad al salir de la cárcel, según otros estudios publicados. Esto puede suponer una pérdida de autoestima para los reclusos. Además, pueden sufrir ansiedad, depresión y un miedo constante. Se sienten solos y desubicados y la idea de rehacer sus vidas les angustia. Puede parecer contradictorio. Pero muchos presidiarios temen quedar en libertad.

Frases de algunas personas que estuvieron en algún momento reclusas:

  • “lo peor no fue entrar en la cárcel, sino salir”.
  • «la soledad fuera ocupa mucho más espacio que el que ocupaba el patio de prisión”.
  • “Encontré lazos de amistad mas profundos dentro de la cárcel que fuera”
  • “Cuando salía de permiso, sentía estar viendo una película que no iba conmigo”
  • “La celda ya no era una celda, era mi habitación”

Cuanto más larga es la condena, más posibilidad hay de sufrir esta «fobia a la libertad”. O no.

El mundo avanza y las personas quedan estancadas entre esas cuatro paredes. El impacto emocional que significa permanecer encarcelado durante una larga temporada, altera completamente todos los aspectos de la vida de una persona. Si pensamos en los internos que han sido condenados a un período de tiempo relativamente corto y en las consecuencias que eso provoca en su vida a corto plazo, debemos multiplicar esos efectos hasta llegar a la soledad extrema o la desestructuración total de la vida para una persona que ha podido pasar la mayoríade su vida en la cárcel.

El hecho de estar encarcelado y en privación de la libertad trae consigo consecuencias psicológicas y emocionales importantes. Estas pueden desarrollar una cadena de reacciones y distorsiones afectivas, cognitivas, emocionales y perceptivas, todo eso provocado por la tensión emocional dentro del ambiente penitenciario. Además se requiere una capacidad de adaptación y resiliencia para soportar la pérdida de símbolos exteriores familiares y propios.

La “prisionalización” interviene en la conducta de los reclusos. Se trata del proceso por el que una persona asume inconscientemente el código de conducta y de valores de la subcultura carcelaria como efecto de estar en contacto directo con ella.

Se puede hacer una diferenciación entre una prisionalización superficial, que es lo mínimo necesario para que una persona pueda adaptarse al ambiente carcelario, y una profunda, que ya sería una institucionalización. Esto ocurre cuando las conductas e ideas adquiridas sobrepasan la individualidad del interno.

Algunos efectos psicológicos de la estancia de los internos en centros penitenciarios que pueden llegar a darse son los siguientes:

Ansiedad
El nivel en el que ésta aparece depende de las circunstancias en las que se dé el encarcelamiento y de la personalidad del sujeto en sí. Se enfrentan a lo desconocido.

Despersonalización
Pérdida de su individualidad. Se vuelve parte de un colectivo “rechazado” por la sociedad.

Pérdida de intimidad
Surge por la convivencia forzada con otros internos. Tienen poco o nada de tiempo para concentrarse en sí mismos. Esto se agrava cuando el ambiente es violento y su seguridad está en juego.

Baja autoestima
Se da por no cumplir expectativas propias o defraudar la imagen que uno tenía de sí mismo, y por el hecho de estar encarcelado.

Falta de control sobre su propia vida
Se da a causa de una cierta imposibilidad de tomar decisiones personales, familiares o sociales; sí
puede haber un margen de decisión, pero las opciones no son grandes. Lo que más se ve limitado
es el control del interno ante la evolución de acontecimientos externos. Esta situación causa
frustración.

Ausencia de expectativas
Hay pocas expectativas en la vida del recluso más allá de su deseo de libertad. Las personas
están condicionadas por una idea recurrente: todo el tiempo que se perdió y la forma más rápida
de recuperarlo.

Además, cuando pensamos en la prisión, inmediatamente nos viene a la cabeza la idea del delito y, por consiguiente, la idea de la persona que lo cometió. Además, también aparece en este universo de ideas en torno a la prisión, el sufrimiento de las víctimas. Nos aparece un juicio sobre la persona que comete el delito, una idea que probablemente sea condicionada por todo lo que anteriormente he escrito. Sin embargo, es poco común que nos detengamos a pensar en las familias que se ven implicadas en esta circunstancia…. y como afecta esta situación a los
reclusos.
Aunque este tema lo dejaré para otra ocasión… solo dejo escrita esta reflexión.


Y a modo de cerrar esta crónica, os dejo este cuentito, haciendo referencia a otro tema bastante recurrente en los círculos…


Cerca de Tokio vivía un gran Samurai ya anciano, que se dedicaba a enseñar a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario. Cierta tarde, un guerrero, conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allá. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba a que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para reparar en los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante. EI joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Conociendo la reputación del Samurai, fue en su busca para derrotarlo y aumentar su fama. Todos los estudiantes del Samurai se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo acepto el desafío.


Juntos se dirigieron a la plaza de la ciudad donde el joven comenzó a insultar al anciano maestro. Arrojo algunas piedras en su dirección, le escupió en la cara, le grito todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus antepasados. Durante horas hizo todo lo posible para provocarle, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiro.


Desilusionados por el hecho de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los
alumnos le preguntaron:

    – ¿Como pudiste, maestro, soportar tanta indignidad?
    – ¿Por que no usaste tu espada aun sabiendo que podías ganar la lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos

    nosotros?.

    El maestro les pregunto:


    – Si alguien llega hasta ustedes con un regalo y ustedes no lo aceptan, ¿a quien pertenece el obsequio?
    – A quien intento entregarlo, respondió uno de los alumnos.
    – Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – dijo el maestro.
    – Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo.


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