
¿Reconocemos nuestras emociones cuando las sentimos? ¿Podemos poner palabras a lo que sentimos? ¿Nombrar aquello que nos molesta de nosotros en palabras? ¿Darle nombre y apellidos? Que difícil, no?
Es típico y muy común que al ver a otra persona que conocemos, hacer la pregunta ¿Cómo estás?, algo tan sencillo y cotidiano que la respuesta se vuelve también sencilla y cotidiana: Bien, estoy bien. Desde hace varios años, mi contestación a esta pregunta es: Bien o ¿te cuento?… Incluso no nos atrevemos a contestar: mal, estoy mal, ya que socialmente está “mal” visto esto último. Además, “bien”, “mal” son palabras demasiado generales que no nos da una información clara sobre como estamos.
Muchas veces negamos sentirnos llenos de rabia o con una tristeza devastadora porque asumimos que son emociones “malas” y que, por ende, experimentarlas nos convierte en personas que están mal o en malas personas.
Sin embargo, lo único “malo” acerca de estas emociones, es callarlas e intentar aplastarlas. Esto solo nos conducirá a sentirnos cada vez peor, porque las emociones se irán acumulando dentro de nosotros, hasta pueden manifestarse a través de enfermedades físicas. A este proceso se lo conoce como somatización. A los efectos de evitarnos una enfermedad, o los síntomas de ella, por causas emocionales, debemos prestarle especial atención a lo que sentimos.
¿Cómo estás?. Cierra los ojos por un momento y contesta a esta pregunta con sinceridad. Realmente, ¿Cómo estás? Intenta poner nombre a lo que sientes.
El darse cuenta es un concepto propio de la terapia gestáltica. Sin embargo la misma idea con otros nombres está reflejada en otras terapias. Sin ir más lejos, el psicoanálisis habla de “hacer consciente lo inconsciente“. Y si acudimos a otras épocas o culturas, ya en la Grecia antigua quedó inscrito el famoso aforismo de “Conócete a ti mismo”. En la cultura ancestral japonesa se habla del “satori” como un estado de comprensión profunda…
Entonces el darse cuenta tiene que ver con despertarnos, hacer visible lo que antes estaba invisible. Nos genera mucha angustia sufrir sin ser capaces de saber exáctamente qué nos pasa. Es en el proceso de poder poner nombre a lo que nos sucede que nos iremos aliviando internamente. Y este proceso puede doler, y bastante…
Escribe un interno sobre la violencia: “Todo lo que se pueda o pudo conseguir con violencia, yo lo conseguí. Todo lo que se pueda perder por la violencia, yo lo perdí”.
Para mi este es un ejercicio de darse cuenta muy potente. Un ejercicio de poner nombre a lo que hizo, a como fué. Denunciarse como persona violenta y escribirlo, como persona violenta que fué y darse cuenta de esto, es liberador.
El darse cuenta tiene un poder curativo per se. No solo poner nombre a lo que nos sucede nos ayuda. En la medida en que nos vamos “quitando velos” y vemos más claro -tanto internamente como alrededor- podemos sentirnos más responsables de lo que vivenciamos y de las decisiones que tomamos; podemos elegir mejor.
Sin embargo, el darse cuenta es un proceso que se antoja difícil sin un testigo que nos acompañe. Se necesita a alguien o algo que a través de su propio proceso de darse cuenta nos facilite el nuestro. Estos círculos que realizamos son como el testigo que abona el terreno para que cada vez más, los parcipantes de ellos se vayan dando cuenta de quiénes son realmente, qué hacen, qué sienten o qué quieren.
Así, lo van incorporando internamente, como si adquirieran la capacidad de observarse por encima de ellos mismos y ver con más claridad. A medida que se van sintiendo más conscientes se van auto-apoyando mejor y pueden experimentar una vida más plena.
Y la escritura es una herramienta perfecta para esto.
Fritz Perls en “Yo, Hambre y Agresión” (1942), contemplaba tres formas del darse cuenta:
El darse cuenta del sí mismo o de la zona interna.
Comprende todas aquellas sensaciones, emociones y sentimientos que suceden dentro de nosotros, en nuestro organismo. Nos permite ponernos en contacto con nosotros mismos.
El darse cuenta del mundo o de la zona externa.
Nos permite ponernos en contacto con los objetos y acontecimientos del mundo que nos rodea, de todo aquello que está fuera y de lo que ocurre más allá de nuestra piel. Tiene relación con el contacto sensorial.
El darse cuenta de la fantasía o zona intermedia.
Incluye toda la actividad mental que va más allá de lo que sucede en el presente (recuerdos, fantasías, pensamientos,…). Nos permite ponernos en contacto con nuestras fantasías.
Vuelvo a lo anterior. Qué dificil es poner nombre y apellidos a lo que siento, a lo que hago y a lo que puedo llegar a ser en un momento determinado. Que doloroso es.
“La noche oscura del alma”, una frase atribuida a San Juan de la Cruz. Este concepto se asocia al proceso interno que vive una persona cuando empieza a desmontar aquella “parte oscura de su alma”, de su psique.
Ouspenky decía: “Cuando un hombre comienza a conocerse a sí mismo, poco a poco podrá ver en sí mismo muchas cosas que le causarán horror. Mientras un hombre no se horrorice de sí mismo aún no sabe nada sobre sí mismo”
Jung escribió: “Uno no alcanza el verdadero auto conocimiento fantaseando sobre la conciencia, si no haciéndose consciente de su propia oscuridad”.
Tenemos que bajar y viajar a nuestro inframundo si queremos darnos cuenta de como somos realmente y tomar conciencia verdadera de nosotros mismos para que exista un cambio real.
De alguna manera, quizá veremos que en nosotros hay un oscuridad grande, que existe el mal, a veces concentrado, mas condensado que lo que hayamos visto y sentido jamás, la oscuridad misma. Esta oscuridad que no solo destruye, envenena o pervierte, sino que además disfruta haciéndolo. Puede ser que nos encontremos lo más horrible, lo más condenable, lo más atroz, y veamos que eso también somos nosotros.
Yo he ejercido la violencia en algunos momentos. Yo he maltratado en algunas situaciones. Yo he sido agresivo. He mentido… y también he cuidado, he sido compasivo, amable, bondadoso… Todo esto he sido yo y soy yo.
¿Qué me dices de ti?