ASILOS: niños y mayores (por Jesús Jiménez) 2


Casi hemos asumido que el final natural para cualquier persona anciana dependiente es terminar en una residencia asistida para mayores. Hace no tantos años, los mayores vivían en nuestras casas hasta su muerte. Aún recuerdo a mis abuelas viniendo a casa cada cierto tiempo para pasar “el mes” con sus hijos.

Me vienen imágenes de esos días alrededor de la mesa camilla o en la puerta de casa con los mayores haciendo labores cotidianas y yo con mis deberes de colegio, mientras que se hablaba de economía doméstica, de trabajo, de relaciones sociales, de historias de antes,… que para mí eran una fuente de aprendizaje e interés.

¡Cuanto amor y ternura transmitían nuestros abuelos!.

Hoy en día los niños siguen disfrutando de sus abuelos, en la medida que la distancia geográfica creada por la búsqueda de empleo y una vida mejor en la gran ciudad no es demasiado grande. Cuando no existen barreras, los mayores disfrutan de los nietos como nunca antes había sucedido, debido a que disponen de mucho más tiempo con ellos gracias al aumento de la esperanza de vida y a que los padres jóvenes delegan muchas de las tareas de crianza.

No podremos agradecerles suficientemente el esfuerzo que dedican a esta tarea. Podría parecer que como tienen mucho tiempo libre, pues qué mejor ocupación que quedarse con los nietos en nuestra ausencia, pero si ya es costoso en tiempo y sacrificio personal para los padres/madres, imaginémonos para ellos que tanto han pasado en la vida y que arrastran los achaques propios de la edad. Especialmente significativa es la labor de las abuelas, si ellas, las mujeres que se han formado en ambientes tradicionales donde el hombre “pintaba” poco (o no deseaba implicarse) en la crianza y cuidados de la casa.

Ellas son muchas veces el único sustento emocional de la madre recién parida y orientadoras en esas primeras etapas de desconcierto de los jóvenes padres. Por suerte los hombres actuales, se implican también en el cuidado de sus hijos menores; esperemos que lo sigan haciendo cuando sean abuelos.

¿Pero qué pasa cuando los mayores pasan a ser grandes dependientes? Pues que el modelo productivo que tenemos en la sociedad occidental y el deseo legítimo de aspirar a una vida económicamente solvente, nos hace imposible hacernos cargo de ellos cuando tanto lo necesitan y optamos por su ingreso en las “residencias” para mayores.

A veces son causas graves de salud y la impotencia para asistirles lo que nos lleva a tomar esa decisión. Otras veces son ellos mismos quienes lo piden para evitar ser “una carga” para sus descendientes. En cualquiera de los casos no es una situación fácil para nadie.

Lo primero que me surge cuando llego de visita a un “asilo”, es que se parece demasiado a una guardería infantil. Podría interpretarse que es un “aparcamiento” para personas “no productivas”, cuya estancia en el lugar permite que las personas que deberían estar atendiéndolas física y emocionalmente, se mantengan en la cadena productiva de la economía.

Tras echar un vistazo a los salones donde los ancianos pasan la mayor parte del día y donde reciben visitas, pienso en la cantidad de tiempo que tienen disponible para pensar y recordar. Algunos juegan a las cartas, otros ven la tele, quizá mirando más allá de la pantalla, otros charlan y se cuentan sus historias, otros se afanan en alguna tarea de psicomotricidad que la fisioterapeuta/psicóloga les ha facilitado, y otros muchos, que son los que más conmueven, están sentados en sus sillas de ruedas sin interacción alguna con nadie, con los ojos cerrados o la mirada perdida, sintiendo quien sabe qué cosas, esperando que pase el tiempo… Intento imaginarme a mí mismo en esta situación y no puedo, me resultaría muy difícil estar ahí, sin más, aguardando a un final cierto.

Pero algo que me llama poderosamente la atención es que las visitas que los residentes reciben son en su mayoría de adultos y en muy pocos casos de niños, lógicas por otra parte, ya que suelen ser los hijos ya adultos los más habituales. Me surge la duda de que quizá eludamos la presencia de menores en estos centros para evitarles la molestia o desagrado de ver a otros seres humanos en esta situación tan precaria. Y de ser este el motivo, me pregunto si les estamos edulcorando a los niños la visión que puedan tener de la vida, ¿Cómo van a ser adultos emocionalmente sanos y empáticos con otras personas si les ocultamos la realidad tal y como es? ¿Cómo van a aprender a gestionar ciertas situaciones y emociones si no las vivencian?

Por mi experiencia y la de mi hija de seis años, veo muy razonable y sano que los niños visiten a nuestros mayores en estos centros. Conocer la enfermedad e incluso la muerte debe ser parte de su aprendizaje. Es necesario enseñarles que esta situación forma parte del ciclo vital y por tanto hay que normalizarla. Es tremendamente constructivo implicarles en todas las actividades familiares y los cuidados a los mayores no deben ser una excepción. Acercarles a los mayores es una buena forma para que conozcan sus orígenes, sepan algo de su pasado y se interesen por esas “batallitas” que los abuelos están deseando compartir. Se establece así un vínculo de respeto y admiración. El niño aprende y el anciano se siente útil.

Por otro lado hablemos de los beneficios que supone a los ancianos recibir la visita de los niños. Cuando hemos ido con mi hija a visitar a su bisabuela, observo que instantáneamente los mayores abren los ojos, se alegran y sonríen, quizá por lo inhabitual de ver a niños en aquel lugar. La interacción con los pequeños genera en los ancianos emociones y evocaciones de tiempos pasados, casi olvidados. Diría que se sienten mejor, su vigor y aspecto vital mejora y además se generara la ilusión de una próxima visita que tanto les anima.

Se dice, “los ancianos se vuelven como niños”, quizá con connotación negativa cuando nos referimos a su inocencia y baja autonomía, aunque yo pienso que a esa edad ellos simplemente se han desprendido de lo superfluo y se quedan con la esencia de su ser, porque ya no tienen que mostrarse artificiales ante los demás, toman protagonismo los sentimientos hacia los otros y las emociones las viven con más intensidad, como les pasa a los más pequeños. Por tanto es muy fácil que estos dos seres humanos, a los que tan solo les separa algo de edad, se entiendan y complementen a la perfección. Ambos se benefician de su presencia.

¡Dejémosles que se encuentren!

Jesús Jiménez

 


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