
LA VIOLENCIA
No deja de sorprenderme el hecho de que sea cual sea el tema que tratemos en los círculos (la frustración, la incomprensión, el respeto, la autoestima, etc.), muchas veces acaben derivando en reflexiones acerca de la violencia y su gestión.
A pesar de que en mi pasado exista algún episodio de violencia y de que en mi presente aún quede algún vestigio, no me considero una persona violenta, creo que la tengo bastante atada en corto, pero eso no significa que no la sienta. Y no paro de preguntarme de dónde viene esta latencia, por qué la tengo tan a mano, por qué hay una especie de afinidad a usarla como primera herramienta de gestión de situaciones.
A pesar de conseguir no usarla como primer recurso, reconozco que hay una parte de mí que fantasea con usarla cuando ya se han agotado todas las vías. ¿Por qué no fantaseo con situaciones en las que existe el diálogo y la comprensión?, ¿por qué no me rindo y acepto aquello por lo que estoy transitando?, ¿por qué mi cuerpo me pide canalizar ese batiburrillo de emociones de una manera violenta?
Creo que tiene que ver con el modelo de masculinidad que he mamado. Un modelo que me enseñó a inhibir mis emociones, a desvincularme de las que tuvieran que ver con la sensibilidad, la ternura y la compasión, pero eso sí, de la violencia no solo no se me dijo nada sino que se me fomentó: no te dejes pisar, no dejes que se rían de ti, si alguien viene y te…le das dos ostias, etc. Lo que primaba era la “valentía”, un eufemismo de brutalidad.
Por supuesto hablo de ellos, ellas sí solían decirme que no era un recurso que debiera utilizar. Pero si siendo un niño lo que ves en tus referentes masculinos es otra cosa, lamentablemente la balanza cae de ese lado.
El ámbito masculino por normal general era así, hombres diciéndote como ser “un hombre”.
Pongo también como ejemplo al cine, que parece ajeno a nosotros pero no lo es, nos enseña códigos de conducta de manera sutil. Las películas estaban llenas de personajes machoalfistas con la testosterona por las nubes, personajes que resolvían las cosas a golpes. No había apenas personajes masculinos con sensibilidad, y cuando aparecían, la gran mayoría de las veces eran objeto de mofa o se les cuestionaba. De manera inconsciente fui “atando cabos”.
Hoy en día, este código de conducta sigue operando en mí a pesar de mis esfuerzos por nadar a contracorriente y de construir diques. A ratos sigo sintiendo violencia, la mantengo a raya la mayor parte del tiempo, pero tengo miedo de que llegue un momento en el que los diques no puedan contenerla. Lo que uno siente en ese momento no es para nada agradable, por no hablar de lo que puede llegar a sentir la persona objeto de mi mala gestión emocional.
En fin…sigo aprendiendo y dando pasitos. Gracias.
Mario Maroto